Yo no sé cómo lo hace mi mamá para no darse cuenta de que no puede empezar a hablarme diciendo "Qué bonita te ves hoy" para luego seguir con "porque andas de buenas, ¿no? Cuando estás enojada te ves horrible" o algo por el estilo. No le dije nada, desde luego, porque por ahí me enojaba y después salía con el complejo de fea para las clases de la tarde. Mi padrastro, eso sí, aprovechó de sembrar altiro la duda cuando mi madre le comentó aquello, "Sí, demasiado bonita yo creo, aquí hay algo sospechoso". Ojalá, eso les respondo siempre. Ojalá tuviera entre los ojos a alguien para andar bonita —echo profundamente de menos eso, porque todo es más fácil y más angustiosamente agradable de hacer, pero ¿no se le ocurre a nadie que a mí me gusta andar linda porque me gusta verme bien, mirarme de pasada en los espejos del centro comercial y hallarme profundamente linda, fruncir los labios, revisar que el cabello esté perfecto?—, digo, ojalá estuviera alguien específicamente pendiente de lo linda que estoy cual o tal día, aunque en cierto modo ese alguien existe un poco a regañadientes, principalmente porque él no quiere y yo tampoco quiero, digo, por el bien mayor prefiero que no, pero siempre está eso de hacer

como si no pasara nunca nada,
como si
a ninguno de los dos nos hiciera falta
de nuevo volver a estrecharnos,
a mirarnos entre vidrios sucios
con la culpa de quien sabe
que entra en terrenos prohibidos.

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