Varieté miércoles, febrero 28, 2007
Pensaba que se me habían acabado las cosas para decir.
Por ahí entre mis propósitos anoté que quería ir al menos una vez al mes. Y hoy me encontré con que era veintiocho (veintiocho!) y no había ido, así que casi salí corriendo como a las 5 de la tarde al cine. Llegué con la hora justita, pero todo bien. Vi Babel.
Lo primero: entiendo completamente por qué todo el mundo ama esta película y por qué estaba nominada al Oscar. Es que es maravillosa. Entré más o menos incrédula pero cresta que me gustó. Definitivamente creo que eso de la cadena de acontecimientos raya en lo exagerado, porque capaz que puede pasar, pero no creo que a esos extremos (aunque yo soy latinoamericana y por ende enferma de hiperbólica, así que me gustó). De todas maneras las historias encadenadas eran todas preciosas, y me movieron hartas cosas adentro (especialmente la muchachita japonesa...). Um. No la comento más porque no se me ocurre qué escribir, y creo que nunca seré crítica de cine de cualquier modo.
Estaba recién viendo las noticias y estaban comentando la diferencia de precios entre los textos escolares en las diferentes librerías. Yo creo que la competencia es buena, pero si en una parte te cobran cinco lucas y en la otra doce por el mismo libro, DOCE, es que el problema con estos tipos es que son fresquísimos. Y, en realidad, los únicos que deberían andar comprando libros son los niños de colegio particular, porque se supone que a todo el resto le lleguen los libros del ministerio (y, comprobado empíricamente, los libros del ministerio son una copia calcada del libro de la editorial, menos el papel brillantito ese bonito, donde se marcan los dedos, porque eso lo reemplazan por ese papel café rasca). Y salieron en la tele algunos niños a los que no les había alcanzado la repartija de los libros del ministerio, y por eso tendrían que haberlos comprado, pero me parece una estupidez. Que a uno se los den gratis y el de al lado tenga que pagar quince mil pesos por lo mismo es una estupidez.
La otra nota escolar eran las colaciones. Yo siempre fui la chiquilla del pan: mi mami nunca nos compró galletitas ni cuestiones (aunque sí jugos), y se levantaba todos los días bien temprano para hacernos un pan y envolverlo en una servilleta para el colegio. De repente me daba envidia que otras niñas comieran galletitas o papas, qué se yo, pero después descubrí que el curso completo amaba los panes de mi vieja y que se lamentaban de que su madre no hiciera lo mismo por ellos. Fuimos criados a la antigua nosotros. Me gustaba el pan de mi vieja.
Ya me voy. Creo que se me ocurrió algo (o no: creo que más bien se me reocurrió) y necesito ponerlo en papel.
Etiquetas: querido diario
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