Te escribo. Te dedico una línea con la sola expresa resolución de hacer que te acuerdes de mí cuando suenan acordes infinitamente parecidos a otros que escuché alguna vez, pero que pertenecen a diferentes voces y a otros instrumentos. Pero eso no es más que música de fondo para el escenario que nos armamos. Ya no sabemos en qué estamos metidos, tú y yo en embrollos delicadamente dispuestos para destruirse en cualquier instante, como por efecto de la lluvia ligera. Todo se destruye: y así, ya no sé si espero que en la línea que me dediques de vuelta encontraré una declaración de cosas imposibles fundada en la más profunda verdad, porque a veces quiero esperar cosas distintas o simplemente no esperar nada y quedarme en paz contigo, sin tocarte. El mundo es más complicado que eso y a nosotros no nos importa (la mayoría de las veces). Quiero ser una escritora famosa sólo para asegurarme de que alguna vez hablaré de cosas no importantes y los oyentes pensarán que medito sobre la verdad de la vida, cuando en verdad estaré hablando de ti o de otro que se me cruzó en el camino. Por eso no creemos en estas cosas, ¿no? Porque acordamos ser honestos desde el principio. Aunque, asumo, jugar al juego de las bromas pesadas a veces me revuelve el estómago de verdad.

Baja la música, haz que sea simplemente un susurro. Entonces ríete despacio como recordando cosas que no entiendo y mírame de vuelta cuando yo duerma: good night, darling. Ya es de día.

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