Ahora mismo estoy sentada frente al computador de la oficina de Marianne, y terminé de hacer un ensayo peseú de Lenguaje como corresponde. Me demoré una hora, lo saqué de Educarchile y según sus calculadoras mágicas tengo sesenta y siete buenas, doce malas y una omitida, que corresponde a setecientos diez puntos. Siete diez. No es mucho, la verdad, pero es bastante más que el otro ensayo que hice ahí mismo hace dos días, pero muy ridículamente y que me dio como resultado 577 nomás. Mediocre. Pero hasta me dio risa... igual que mi ensayo de quince minutos hecho a la mala de Historia y en el que saqué 400 y tantos.
Ya me empezó a estresar esto de la peseú. Queda poquito menos de una semana, pero lo que he pensado todos estos días es que me da una lata enorme. Una lata levantarme a las seis y media para la ducha e irme caminando (1,600 metros separan mi casa del local de rendición, aunque creo que, por el camino que elegí, me voy a terminar demorando más), una lata comprarme una docena de minas, una lata no estar segura de si, efectivamente, podré entrar con mi portaminas a la prueba porque los lápices HB me estresan y me carga sacarles punta, una lata rellenar los circulitos, una lata todo. Una lata tener que levantarme el domingo a reconocer sala y la cuestión. Pero ya falta poco, falta poquito y después de eso ya voy a poder botar todos mis cuadernos a la basura o guardarlos hasta campamento de verano para hacerlos combustible de fogón.

La cosa es que, al menos, estoy sacando sobre setecientos en estos ensayos. Ahora me dieron ganas de sacar sobre ochocientos en la cosa real, para que me entrevisten de la tele y entre a la Católica en un segundo, sin tener que estresarme por las puras.

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