Mi problema con esos días en que, simplemente, está todo mal, es que no los puedo arreglar. Yo creo que eso es el remanente de esos tiempos en que todos los días estaban mal y yo era una sombrita desagradable que caminaba por los pasillos, medio curada de espanto y constantemente asustada de sentir porque todo dolía. Ay, si cuando era más chica era tan emo. Y ahora que me mejoré me siento profundamente incómoda cuando me bajan de nuevo esas cosas y mi día miércoles se arruina completamente.
En mi defensa, a mí sola no se me ocurrió. En defensa de él, tampoco puedo echarle la culpa; pero un montón de planes veraniegos se me fueron a la basura. Lloré un poco, creo que de pena. Después estuve cocinando toda la tarde y ahora tengo los ojos hinchados de tanto dormir. Pero todo ayer fue como un desliz en mi vida de siempre y no me gustó. En fin, ahora tengo que acostumbrarme a eso, nada más. Y ya desperté con mi energía de siempre, mi rapidez para quejarme y mis notas altas incluidas.

La universidad termina y lo último que me queda por escribir es un par de ejercicios gramaticales (para los que no tengo ni media idea). Lo último que me queda por hablar es alguna cosa sobre teoría literaria que debería fluir de mí si es que hay galletitas o jugo natural para ayudarme a no reír tanto y fallar en mi primer examen oral. Al menos ese lo doy porque tengo y no porque podría haberme eximido. A fin de cuentas, mi ego se ocupa de eso y de nada más.

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