Un anonimato, como un secreto a voces domingo, marzo 11, 2007
Hace un mes hablé con una señora que apareció en la tele. Ya no me acuerdo de su nombre, pero salió en un reportaje sobre vendedores ambulantes. Ella vende calcetines en la Alameda, allá en Estación Central, y al inicio del reportaje ella tenía permiso municipal para instalarse en la calle con un puesto establecido. Todos los días llegaba a las siete para armar su puesto y se iba bien tarde para desarmarlo. Eso hasta que le quitaron el permiso, que duraba tres meses, y tuvo que volver a arrancar de los pacos. Todos los ambulantes que se instalaban en esa zona mandaban a una mujer a fijarse si venía alguien, y cuando eso pasaba ella ponía el grito en el cielo y empezaban a correr todos, agarrando rápidamente el pañito con esos cordeles que les amarran a las esquinas, y yéndose bien lejos. De vuelta ella se demoraba un buen rato en volver a ordenar los calcetines, porque parecía que no admitiría ofrecer su mercadería de otro modo. Y así todo el día. Al final del reportaje ella aún no había logrado recuperar su permiso, lo que supongo acarreó aún más problemas para pagar hasta la plata del arriendo (2000 pesos diarios, pagados todas las mañanas, o todas las noches, pero ciertamente una vez al día). Pero es obvio que hace un mes ya lo había recuperado. Yo iba con mi mochila llena de recuerdos y ropa sucia, llegando desde La Serena, y me había perdido entre los terminales. Ella fue tan amable de decirme para dónde quedaba el Alameda. Mientras le preguntaba pensaba que la había visto en alguna parte. Creo que salté un poco cuando me di cuenta que la había visto en la tele. Es bastante más bajita de lo que pensaba. Cuando le hablé deben haber sido las siete veinte y seguro que venía llegando no hace mucho. Pensé en comprarle calcetines. Pensé en que tenía suficientes. Me indicó que siguiera caminando hacia el sur, en sentido contrario a los buses Transantiago recién estrenados hace dos días, le di las gracias y seguí mi camino. Me quedé pensando. No creo que se lo haya comentado a nadie. Pero mientras veía pasar el metro cada noventa segundos, lleno de gente dentro y fuera de él, esperando a que aparecieran los mellizos, pensé en ella y en su historia. También en otro hombre muy gordo que perdió el permiso y entró a danzar trasvestido en un circo para poder seguir ganando algo de plata, porque su estado físico realmente no le permitía andar arrancando de los pacos, como quizás en otros tiempos. Me pareció que tenían una linda historia. Pero creo que haberle comentado a ella "oiga, a usted la vi en el trece" hubiese sido falto de tacto. Si es que paso por Estación Central uno de estos días pararé frente a su puesto de calcetines, y le compraré un par. O tres por luca, como creo es la oferta.
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