Vuelvo a mi origen; los días se van martes, abril 17, 2007
Lo primero es crear. Crear; levantarse por la mañana y abrir las manos
como mariposas y sus pétalos translúcidos aleteando a lo lejos:
gritar un grito silencioso que quiebre las ventanas en jirones de cristal, que
se derrite entre los dedos marchitos del tiempo. Abrir un ojo golpeado por el
viento que llora estrellas manchadas de rocío invernal, como palomas
congeladas y banderas que flamean sin viento alguno para mecerlas en un canto
apagado. Cantar una canción; apagar un cabo de vela sucio; ver girar
los astros azules en el cielo del poeta que revive en la palabra (a veces pensé
que estaba manoseado, el poeta, que necesitaba darse un baño entre las
copas de los árboles, darse un baño de luz); correr. Roer las
puertas. Chirriar los cerrojos. Gritar. Gritar. Gritar. Llorar: crear. Desvanecerse
en el lecho de muerte y seguir creando.
Pasan las horas pesadamente como ecos azules de pesadilla interrumpida. Se abren
los ojos al tiempo en que se estremecen los dedos de los pies. ¿No sería
mejor encontrar un lugar para ambas, un lugar recóndito, escondido, donde
poder amarnos? No somos lo suficientemente reales para quedarnos en la realidad.
Vayamos a un lugar donde podamos desplumar cerezas rojas, violetas como el cielo
de la tarde, donde podamos quemar brotes de cerezas y hacerlos danzar como nunca.
Crear: crear para vivir, vivir para no morir contigo y esconderte de lo real
del tiempo para amarte siempre, crear arrancándole a mi boca un quejido
ahogado que te arrope en un sueño ahogado entre olas dolorosamente sonoras,
dolorosamente
eternas.
Etiquetas: escritura automática
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