Ella, galería oscura  martes, junio 20, 2006

Tengo diecisiete años. Eso es lo que me dijo la anciana que vive con nosotros, con mis hermanos y conmigo. Todos los días me habla un poco en las mañanas de la vida de antaño y nos habla de los daguerrotipos. Yo nunca he visto un daguerrotipo de nadie, pero dice ella que para tener uno sólo hay que encontrar a un hombre dispuesto a realizarle un daguerrotipo a una, y después posar por unos minutos. No estoy segura de que sea posible ver las caras de los que conozco en un papelito de material extraño, pero la anciana dice que eso existe y yo debo creerle. Quizás un día, cuando tenga dinero, me haga un daguerrotipo con mi padre y mis hermanos.

A mi padre lo veo poco. Trabaja unas catorce horas al día, pero apenas yo lo veo unos minutos antes de tirarse exhausto a la cama sucia de nuestra habitación. Las ropas de él se confunden con el color muerto de las sábanas. Mientras él duerme, yo le restriego un paño húmedo en los brazos y la cara renegridos; con los años ha tomado un color oscuro, quemado, y todas las noches intento limpiarle un poco las extremidades sucias. Si lo molesto al dormir, me ladra que no es necesario, que la suciedad la tiene pegada por dentro. O que no tiene sentido dormir limpio cuando se ha sentido completamente asqueroso durante el día completo y así seguirá sintiéndose a la mañana. Pero papá suele gritarme estos días, pues ya llevo tres semanas en casa sin hacer nada, en su opinión. Pero es que la última vez que fui a las galerías, una de las columnas de madera cedió y sobre mis brazos cayeron piedras y más piedras. Debo quedarme una semana más, para sanar correctamente y volver al trabajo.

Dice la anciana que el daguerrotipo no es más que una cajita negra y por un pequeño orificio entra la imagen de una cuando posa y luego aparece la cara en el papelito de material extraño. Se me ocurre que, por dentro, el daguerrotipo es como las galerías donde trabajo, oscuras, húmedas, la luz dentro apenas se aprecia porque todo es negro alrededor. Pero en las galerías no nos dan daguerrotipos cuando salimos. Aunque no me gustaría tener un daguerrotipo de los hombres que trabajan en las galerías conmigo; menos de los niños pequeños, apenas más altos y no mucho mayores que Robert y Nathaniel; según lo que dice la anciana, los mejores daguerrotipos son de gente importante, limpia, con ricas vestiduras y vacaciones en Brighton.

No puedo decir que extraño usar esa cota pesada, ni la oscuridad y el olor húmedo de esas galerías, pero debo volver lo antes posible. Mi paga no es mucha, pero no podemos con lo que tiene papá; mis hermanos no pasan aún los cinco años, y todos necesitamos de la paga extra que yo puedo aportar. Además, hay alguna parte de mí que me grita de cansancio de estar quieta todo el día, hablando con la anciana de los daguerrotipos. Ella no me agrada. Apenas murió mamá, la mujer se instaló con todas sus cosas en la habitación contigua y se unió a nuestra familia sin muchas explicaciones; pero ha sido ella la que ha cuidado de Robert y Nathaniel todo este tiempo, así que no hay mucho que yo pueda hacer.

Papá solía golpear a mamá cuando ella vivía. Había noches en las que llegaba como loco de los bares de fuera, soltando obscenidades a bocajarro como si de esa manera pudiese avivar el fuego de la pequeña chimenea, y de un manotazo se llevaba a mamá por los cabellos hasta la habitación colectiva en la que dormíamos. Fuera, Oliver, Adam y yo intentábamos susurrar olvidadas canciones para ahogar los sollozos de mi madre allá dentro. Nosotros no podíamos hacer nada, nada. Hubo una vez en que Oliver trató de interponer su largo y fuerte cuerpo entre mamá y mi padre que la golpeaba; para papá no había mucha diferencia entre golpear a uno u otro, por lo que derribó rápidamente a mi hermano y supongo que ya luego no lo soltó más. Oliver estuvo varios días sin poder levantarse, y la tarde completa luego de la pelea sin conocimiento. Mamá sollozó al lado de su pobre hijo, ensangrentado, hasta que pudo mantenerse en pie una vez más. Pero, apenas sucedió eso, papá se lo llevó también a las galerías y lo hizo trabajar muchísimas horas al día. Y, al cabo de unos meses, mi querido hermano ya no tenía fuerzas para nada; no había más luz en sus pequeños ojos, tenía el mismo semblante agarrotado de papá. Mi padre lo había transformado en una pequeña copia de sí mismo, igual de miserable, y quizás es por eso que Oliver murió no mucho después de cumplir los catorce años. Su paga nos hacía falta; mamá no podía trabajar, y el pequeño Adam se contagió de tisis un día y también nos dejó al poco tiempo. No hubo otra salida y, por eso, yo comencé a ir a las galerías en el lugar de mi hermano mayor.

Al principio traté de imaginar que transportar aquellas cubetas era un juego que requería de todo mi tiempo y concentración. Que algo ganaría, al final de la jornada; un abrazo, un bien hecho mascullado a través de la gastada sonrisa de mi padre. Nunca funcionó. Mis cortas risas eran mal recibidas entre los demás trabajadores de las galerías. A veces pensé que lo que picoteaban no era el carbón de las paredes, sino su propio corazón, a ver si de tanto daño llegaba un momento en el que ya no lo sentirían más. Veía a los hombres encorvados, desfallecidos de cansancio, y pensaba que quizás era justo que papá golpeara a mi madre cuando llegara a casa, no por odio hacia ella, sino por asco a sí mismo. Nos habían dicho, cuando llegamos a la ciudad, que las cosas serían mejores. Creo que éramos mucho más felices cuando teníamos el campo aquel y podíamos pasarnos el día, Oliver y yo, jugando entre las plantaciones de cebada, papá trabajando tranquilo con el arado pequeño que poseíamos. Luego llegaron esas máquinas espantosas y nos echaron del lugar. Yo era muchísimo más feliz allá, sin siquiera tener que saber que existían cosas como los daguerrotipos.

Debo volver. Debo volver a la galería sucia. Al menos allá estará oscuro y no tendré que ver a todos esos hombres igual de renegridos que papá por las ventanas, todos igual de taciturnos y cansados. Temo que papá muera y nos quedemos en la calle. Algunas de estas noches ha llegado con la cara macilenta impregnada de furia, los brazos y las mejillas ensangrentadas y heridas; desde que mamá se fue, ha tenido que descargar su furia contra otros hombres como él. Pero me parece que su energía se apaga un poco más cada día, los ojos se le cierran de cansancio. Los ojos se le cierran, y quizás nos deje también, como Oliver, como Adam, como mamá, y entonces quedemos en la calle con la anciana.

Yo no quiero quedarme con ella. Quizás vuelva mañana al trabajo. Creo que mis brazos ya están de nuevo bien, y supongo que, si trabajo lo suficiente, tendré dinero para ir a sacarle un daguerrotipo a papá y recordarlo cuando se vaya, porque tengo miedo de que se pronto se le acabe la prudencia y termine matándose a golpes con otros hombres renegridos del pueblo, y me deje aquí sola, igual como hicieron Oliver, Adam y mamá.

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1 Respuestas a “Ella, galería oscura”

  1. # Blogger Jose Miguel Costa

    Fíjate, a ver que te parece:
    My interesante tu blog.


    http://galeriapictoricafantasy.blogspot.com/
    Un beso.  

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