Frau Brechenmacher camina a tropezones domingo, junio 24, 2007
¿Recuerdas, mujer, la primera vez que te tocó? Tú dirías que fue la única vez en que sentiste ternura derramarse por entre sus dedos. Se te había caído un mechón a la cara y él lo retiró suavemente mientras te sonreía: era la de él una sonrisa tímida, como escondida entre los labios secos, curtidos por el viento de abril. Todavía no terminaban las lluvias y lo veías pasar todas las mañanas enfundado en un gran abrigo, la nariz roja de frío y los ojos cansados que se iluminaban al ver tu silueta en la ventana. Después te acarició y te enamoraste de él, como la muchachita que eras, y pareciera que ignoraras el brillo maniático de sus ojos cuando él te miraba, como cuando te tomó de la barbilla y te dijo me encantan tus ojos, me encanta la forma en que arrugas la nariz al reír, me encantas como una muñeca danzarina dispuesta a imitar cualquier movimiento que piense dentro de la cabeza, me encantas, mujer, me encantas. Y a ti te encantaba el cortejo hasta entonces tímido de él, la forma en que pasaba raudo por fuera de tu ventana, casi lanzando las cartas dentro del buzón y volviendo a correr; se demoraba el brillo de los botones en frente de la puerta y te lo quedabas mirando, al brillo, como si fuera una promesa dorada para ti. Por eso lo aceptaste, por eso aceptaste su mano cuando por fin se declaró, envuelta toda tú entre sueños de felicidad y pasión, entre sueños de juegos y risas; por eso lo golpeaste suavemente con una sonrisa esa primera noche, y por eso él te volteó la cara en un instante, los ojos inyectados en furia y sangre, como nunca antes lo habías visto. Esa primera ternura derretida a pesar del frío primaveral se había congelado hacía ya tiempo, y ahora el calor del verano no lograba disolver esa sombra, esa pequeñísima sombra de miedo que se te había instalado en el cuello por la mañana, mientras te arreglabas el moño para hacer las labores; fue entonces que cambiaste, fue entonces que empezaste a ceder. Adoptaste entonces ese aire impasible, esa forma de mirar y de dar apenas pequeños pasitos para aparecer digna ante tus amigas… ¿amigas?, ¿no eran acaso ellas las simples esposas de los amigos de él?, ¿no eran acaso ellas justo como tú, mujeres apagadas, enredadas entre hilos de forzada cordura, de seriedad absoluta? Porque ahora extrañabas la forma en que tus faldas se movían cuando eras soltera, extrañabas poder bailar con los extraños que visitaran el pueblito a veces. ¿Lo viste alguna vez bailar? ¿Sentiste alguna vez su beso tibio en tu boca? Porque él no bailaba ni parecía besarte nunca, excepto, quizás, después de embestirte con furia por las noches (un beso seco, áspero, violento, antes de caer rendido sobre la almohada de plumas y ser robado por el sueño), y tú te quedabas en silencio añorando esa caricia única, la primera. A la mañana siguiente bajabas al pueblo y te estremecías con las sonrisas amables de buenos días que te dedicaban tus vecinos, sentías que se te erizaba la piel cuando te dedicaban una palabra de afecto, de preocupación por tu enorme barriga, eterna nodriza de él, siempre añorando un nuevo embarazo; ¿cuántos hijos tiene ya, señora?, así te preguntaban, y con una sonrisa fingida recitabas los nombres de tus entonces cuatro retoños. Luego volvías a casa con las compras y las tirabas furiosa sobre el mesón antes de esconderte tras una cortina, gritándote por dentro te casaste por amor, te casaste por amor, para volver con la cara recompuesta a apurar la labor de cocina. Después lo veías llegar, golpeando el suelo pesadamente con sus grandes botas, pavoneándose frente al único espejo de la casa, asegurándose de que los botones del uniforme siguieran tan brillantes como siempre. Y en eso quedaba tu tarde, en verlo llegar y verlo comer, verlo quebrar el suelo con sus pasos, ver los indicios de su locura en el puente de la nariz, ver los indicios de lujuria entre sus mejillas, siempre verlo pulular por todos tus espacios, mientras tú te escondías de él en el pasillo oscuro, vistiéndote fuera de su vista, desvistiéndote en silencio para no molestar su sueño cuando te acostaras junto a él; entonces fue que te diste cuenta de la rutina de todas las tardes de fiesta, cuando entrabas tú a la casa tras sus pasos, recogiendo sus pasos, caminando a tropezones para mantenerte lo suficientemente cerca y lo suficientemente lejos para no dejarlo alcanzarte de un manotazo, quitándote la nieve del pelo mientras él se desparramaba en la poltrona y mascullaba que quería la cena inmediatamente, y tú te deshacías en atenciones para él, viviendo sólo para él. Por eso te proteges la cara con el brazo cuando apoyas la cabeza en la almohada: porque sientes cómo se te escapan los pensamientos cuando él respira a tu lado, sientes cómo te roba el aire que intentas atrapar entre tus manos frías, sientes cómo te roba los recuerdos y tu nombre, porque ahora no eres más que Frau Brechenmacher, condenada a ser lo que él quiera que seas, olvidando tu propio nombre de soltera, el verdadero nombre que llevaste hasta la noche en que entraste en esa casa helada tras sus pasos, esa primera noche, cuando él resopló de frustración y masculló que qué ineptitud, que nadie ha dejado el horno encendido para cuando llegáramos, y te miró como un loco, enlazándote por la cintura y tumbándote en la cama de un empujón.
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He descubierto que eres una chica muy genial. Y nadie me había subido el ánimo de forma tan rápida.
^^
Hermosa canción, querida, hermosa.
Y galletitas un día de estos?