Ruleta  jueves, octubre 19, 2006

Acá está mi tarea (pie forzado, se llamaba) para el taller de literatura de la Finis Terrae. Me dio risa que un niño me comentara que si quería estudiar Literatura que no entrara ahí. En fin... la leyenda cuenta que, en algún cuaderno/diario/nota de Chejov, había una anécdota que decía más o menos así: un hombre va al casino en Montecarlo, se gana un millón, vuelve a casa y se suicida. Uhh. Así que mi tarea era escribir eso. Está acá.

 

El brillo de las pequeñas monedas me embriaga. Hay algo en su luz metálica que me recuerda un parque de diversiones cerca de mi casa de la infancia. Cuando mi madre aún estaba buena, y el cambio acumulado de la semana era el suficiente, ella solía llevarme ahí los sábados por la tarde. En el carrusel había un caballo ataviado a la usanza de algún bélico pueblo árabe, la montura cubierta de hojas de oro, y aquél era mi favorito. Siempre debía pelearme con uno o dos niños para usarlo. El color de las luces del juego, los múltiples reflejos y las risas en el espejo central me hacían muy feliz. Su luz era, ahora que lo pienso, muy similar a la de este otro gran salón de juegos; quizás, si viviera, mamá habría fruncido el ceño ante mi adicción a este lugar, y todo el dinero que invertí, pero si no paga no juega, y si no juega no entra, me dijeron los guardias, y es una necesidad imperiosa que tengo, el poder entrar a este lugar todas las noches.

El movimiento de la ruleta es parecidísimo al de mi carrusel. Escoger un número es como apostar con Franz cuando adivinábamos el número de otros niños que subirían al juego, la edad del operador de máquinas, el número de niñas apostadas alrededor de mi corcel árabe (a veces conseguía un harem de hasta ocho muchachas) y ganar, o perder, me hace sentir la misma sensación de antaño. Mis números favoritos siempre fueron catorce y veintitrés. Nunca en nueve años salieron en la ruleta. Nunca hasta hoy.

La sensación de triunfo no es lo que yo esperaba. A mi alrededor sentí infinidad de otros hombres sin rostro palmándome la espalda y felicitándome por mi buena suerte, pero creo que no lo sentí así. Al principio intenté justificar mi fascinación por la ruleta diciendo que necesitaba dinero rápido y fácil para atender a mi hermano, que lo necesita, que acá puedo correr el riesgo, quizás sí que funcione, pero pronto aquella justificación la perdí y me quedé solo, sin nada. Lloré de vergüenza e indignación la última vez que debí recurrir a los pocos tesoros restantes de mi madre para poder comprar más fichas. Ni siquiera había permitido venderlas cuando ella necesitó el dinero. “Están para una ocasión especial,” me dijo, “no para las dolencias de una vieja gastada y sucia.”

Y ahora podría recorrer el mundo y recuperarlas todas. Todas, todas las cosas de mi madre. Podría volver a comprar nuestra vieja casa y decorarla como hace cuarenta años. Podría conseguir una criada como la señora Hertz y cenar deliciosos platillos todas las noches. Pero no tendría sentido. Nunca quise esa casa. Quisiera ser un niño otra vez. Había mucho menos de qué preocuparse entonces, apenas mirando a pasar la semana para visitar mi corcel una vez más, darle de comer; no debía pensar en mi habitación sucia, en el calendario descolorido, en afeitarme todos los días para verme de confianza y asegurar mi entrada al casino. No tendría que preocuparme de esparcir el rumor de que gané un millón, finalmente. La ruleta me fascina. Quizás podría comprarme una. Pero ahora mismo, tirado aquí, me parece siento también un cierto mareo, veo luces; el brillo de las pequeñas monedas, apiladas ordenadamente en mi escritorio desgastado, me embriaga. Bajo ellas, el profundo rojo ha invadido todas las vetas de la madera. No siento el dolor. Franz estaría orgulloso de mí. Creo que no podría haber logrado tener una visión más bella de mi mismo, reflejado en el oro frente a mis ojos. A mamá le habría gustado ver que al fin logré algo. Ahora me encontraré con ella. Iremos al carrusel de nuevo, juntos.

 

Tiene algunos detalles que no había visto, entre ellos un uso totalmente indiscriminado del verbo sentir, pero ya lo editaré. A esta hora tengo que dormir. No funciono en horario de adultos.

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3 Respuestas a “Ruleta”

  1. # Blogger Alejo_xs

    mmmm ... muchas analogías  

  2. # Blogger Miss Rydia

    sí, bueno, la idea era esa... se me olvidó comentarlo, que era contar una historia dentro de una historia.
    me gustan las analogías.  

  3. # Blogger Alejo_xs

    te tengo fé cabrita, tanto así que algún día espero encontrar algún librillo tuyo por ahí.  

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