No sé por qué vuelvo a escribir. No entiendo por qué lo hago, pero lo hago igual.

Me hace falta escribir las cosas que siento, las que pienso. Es mucho más difícil hablarlas y ya, porque no hay tanto tiempo de planear lo que se dice, y después se olvida. Quizás por eso me gusta escribir. Y quizás también me hacía falta darme un tiempo, esperar un poco y volver, y ahora he vuelto, se supone. Quizás para siempre, o quizás mañana de nuevo me olvide.

Hace calor. Bañar al perro no fue nada placentero, pero sí lo fue lavar platos. Nunca pensé que este verano iba a trabajar. tra-ba-jar como Dios manda (o casi, porque no creo en Dios, y porque mamá nos dio horario de oficina de una a seis para hacer lo que debemos hacer), pero por lo menos me van a pagar veinte lucas a la semana, y con eso pretendo comprarme una flauta traversa al final del verano, si me alcanza, y puede que también un celular de esos chori de ahora con cámara y toda la lesera. O algo mejor que el mío. Seis meses atrás hubiese llamado a papá para que me compre uno, hablándole de mi celular soñado poco a poco, pero no hablamos. Más bien dicho sería no nos vemos. No me acuerdo cuando lo vi, seguro que para vacaciones de invierno o algo así, y me llamó para el dieciocho. Después, nada hasta Navidad. Yo creo que me llama porque es una obligación cívica de Navidad. Pero así ha sido siempre, ¿no? Y es que es ahora que me doy cuenta de esas pequeñas cosas.

Al fin hice funcionar blogger. Escribiendo el código me dan ganas de tirarme por el balcón. He vuelto.

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